Sobre todo los masones cristianos son muy proclives a
considerar la veracidad de los hechos abajo narrados, los emancipados de la
doctrina cristiana no abandonamos la condición escéptica para considerar
probable el hecho, pero es seguro que su pontificado constituyó una primavera
para la modernidad y sus políticas, relatadas hoy en una tribuna de Lino Tamayo
publicada en el madrileño El País, –que
reproduzco en parte– significan que otra Iglesia ajena a la Benedicto XVI es posible.
El 28 de octubre de 1958, en este día hace medio siglo, era
elegido Papa el anciano patriarca de Venecia Angello Giuseppe Roncalli, que
tomaba el nombre de Juan XXIII, tras casi veinte años de pontificado de Pío
XII, muy criticado por su insensibilidad ante la persecución de los judíos por
el nazismo, entre otras cosas.
Nada hacía pensar en la biografía del nuevo Papa que pudiera
llevar a cabo cambios importantes en la marcha de la Iglesia católica, anclada
en la Cristiandad medieval; pero hay quienes coinciden en que el cardenal
Roncalli fue masón antes de llegar al papado y esta condición habría
posibilitado poner en marcha una de las mayores transformaciones de la Iglesia
católica, que pasó del autoritarismo piano al conciliarismo, del integrismo al
compromiso con la historia, de la Contrarreforma a la reforma, de la Cristiandad
a la Modernidad, de la alianza con el poder a la Iglesia de los pobres y del
anatema al diálogo. Ponía fin a cuatro siglos de Contrarreforma, haciendo suya,
sin citarla, la propuesta de Lutero ("La Iglesia debe estar en permanente
reforma"), que luego asumió el concilio Vaticano II.
Según algunas fuentes no confirmadas hace unos años, un
ilustre profesor, Alfonso Sierra, intentó publicar en los periódicos de la
ciudad de México una copia de una supuesta acta de iniciación en una Logia de
París, donde se deja constancia la iniciación Angelo Roncalli. Otra fuente
indica que en el año 1935 es invitado a ingresar a una sociedad iniciática
heredera de las enseñanzas Rosacruz y que tanta fuerza el dieran en el pasado
Louis Claude de San Martin, el conde de Cagliostro y el conde Saint Germain.
Así lo menciona Pier Carpi en su libro Las profecías de Juan XXIII, donde
además menciona de pruebas documentales de la iniciación masónica en Turquía de
Angelo Roncalli.
Comprobado es que en 1960 Juan XXIII da su avenencia para
que se proceda la realización de estudios sobre las sociedades esotéricas e
iniciáticas en sus relaciones con la Iglesia. Dos años después se desarrolla el
Concilio Vaticano II, donde marcará un hito las intervenciones de monseñor
Méndez Arceo, durante las 31 y 71 congregación general, en los que pidió se
tratara la cuestión de la actitud de la Iglesia hacia las sociedades secretas y
en concreto con la Masonería. También se levantaron voces para modificar la
posición de la Iglesia con respecto a la Masonería, suprimiendo textualmente
canon 2335, con lo que la Masonería quedaba libre del veto de la autoridad
eclesiástica. A partir de este momento la desconfianza eclesiástica hacia la
Masonería comenzaba a desaparecer para
volver a imponerse desde noviembre de 1983.
Con el pontificado de Juan XXIII se inicia una era de
cambios compulsivos en la historia de la humanidad, que continuaron a lo largo
de la década de los sesenta del siglo pasado. Fue, por utilizar la expresión de
Karl Jaspers aplicada a otra época histórica, el tiempo-eje de las utopías en
el que se sucedieron importantes transformaciones de toda índole: la revolución
cubana, la independencia de los países sometidos a las potencias europeas, la
lucha por los derechos civiles, los movimientos de liberación en América Latina,
la revolución estudiantil, la primavera de Praga, el diálogo
cristiano-marxista, etc. Transformaciones todas ellas alentadas por una
filosofía de la esperanza que tuvo su traducción religiosa en las teologías de
la secularización, revolución, de la esperanza y de la liberación. ¡Era la
utopía en acción!
Juan XXIII llevó a cabo una revolución copernicana dentro de
la Iglesia católica. Con la convocatoria del Vaticano II recuperaba la
tradición democrática de los concilios medievales de Basilea y de Constanza,
que defendieron el concilio como forma colegiada de dirección de la Iglesia. En
el discurso de apertura del Vaticano II mostró su distanciamiento de los
"profetas de calamidades que siempre están anunciando infaustos sucesos
como si fuese inminente el fin de los tiempos". Criticó las alianzas que
el cristianismo había hecho, desde Constantino, entre el trono y el altar,
denunciando las "ilícitas injerencias de las autoridades civiles" en
el desarrollo de los Concilios ecuménicos y las acciones supuestamente
protectoras de los "príncipes de este mundo" que respondían a
motivaciones políticas y al propio interés, y que tantos daños generaron.
Entonaba, así, el réquiem por la muerte de la Iglesia de la Cristiandad,
considerada hasta entonces la única forma de realización del cristianismo, e
iniciaba el diálogo con la Modernidad, a la que sus predecesores habían
condenado como el Anticristo y la gran enemiga de la Iglesia.
Hizo suya la cultura de los derechos humanos, anatematizada
sistemáticamente por los papas desde la Revolución Francesa, y la incorporó a
la doctrina social de la Iglesia en su memorable encíclica Pacem in terris,
dirigida "a todos los hombres de buena voluntad" y publicada el 11 de
abril de 1963, apenas dos meses antes de su fallecimiento. Quince años después
de la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en la ONU
y tras no pocas resistencias de la Iglesia católica hacia ella, Juan XXIII la
asumía en su integridad.
Su pertenencia a la Masonería aún es un misterio, pero con
Juan XXIII volvió a haber primavera en la Iglesia católica, tras siglos de
invernada. Pero fue una primavera corta dentro de la vida de la cristiandad,
que apenas duró diez años. Luego vino, de nuevo, la larga invernada, que ya
dura cuarenta años. ¿Cuándo vendrá un nuevo Juan XXIII? Tal vez en alguna logia
se esté cultivando un futuro Papa que continuará con el legado de Roncalli.
Tomado de: los arquitectos
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